Sin embargo, la historia de los
descubrimientos geográficos europeos es muy anterior. Como antecedentes
remotos, puede recordarse como ya en la antigüedad griega, siglo IV a. C., Alejandro Magno con sus ejércitos, llegó a cruzar el río
Indo, o como los romanos intercambiaban mercancías con China o la India. Sin
embargo la caída del Imperio Romano y posteriormente el surgimiento de la
civilización musulmana rompió los contactos directos entre los europeos y las
civilizaciones del extremo oriente.
Comerciantes medievales
Comerciantes europeos, sobre todo italianos de Génova o Venecia, siguieron traficando con mercancías orientales, pero se limitaban a acercar sus barcos al extremo oriental del Mediterráneo, donde en puertos egipcios o sirios compraban productos del extremo oriente a los mercaderes musulmanes, productos que estos habían conseguido viajando por mar hacia la India, o por tierra por la famosa Ruta de la Seda que llegaba hasta China.
Así, durante buena parte de la Edad Media, los territorios situados más allá de los países árabes eran algo desconocido, aunque los europeos sabían que de allí procedían algunos productos muy apreciados (la seda y las especias) que despertaban el interés y la codicia de muchos comerciantes cuyos intentos por suplantar a los musulmanes en su papel de intermediarios acababan fracasando porque los propios mercaderes musulmanes y los estados donde operaban eran también muy conscientes del interés económico que tenía controlar estas rutas comerciales.
Sin embargo el “tapón” que para los cristianos europeos suponían los estados musulmanes fue roto por la formación del imperio mongol creado por Gengis Khan y sus sucesores capaces de mantener bajo su control territorios que llegaban desde China hasta el centro de Europa. Por ese “corredor” que estará abierto desde mediados del siglo XIII hasta mediados del siglo XIV se acercarán a Asia unos pocos aventureros, comerciantes y misioneros cuyos trabajos no tendrán continuidad al cerrarse de nuevo esta vía de acceso y quedar bloqueado el paso por un poderoso estado musulmán, el turco, pero cuyos relatos y descubrimientos servirán para hacer crecer el interés de los europeos en llegar a las tierras del extremo oriente.
Comerciantes europeos, sobre todo italianos de Génova o Venecia, siguieron traficando con mercancías orientales, pero se limitaban a acercar sus barcos al extremo oriental del Mediterráneo, donde en puertos egipcios o sirios compraban productos del extremo oriente a los mercaderes musulmanes, productos que estos habían conseguido viajando por mar hacia la India, o por tierra por la famosa Ruta de la Seda que llegaba hasta China.
Así, durante buena parte de la Edad Media, los territorios situados más allá de los países árabes eran algo desconocido, aunque los europeos sabían que de allí procedían algunos productos muy apreciados (la seda y las especias) que despertaban el interés y la codicia de muchos comerciantes cuyos intentos por suplantar a los musulmanes en su papel de intermediarios acababan fracasando porque los propios mercaderes musulmanes y los estados donde operaban eran también muy conscientes del interés económico que tenía controlar estas rutas comerciales.
Sin embargo el “tapón” que para los cristianos europeos suponían los estados musulmanes fue roto por la formación del imperio mongol creado por Gengis Khan y sus sucesores capaces de mantener bajo su control territorios que llegaban desde China hasta el centro de Europa. Por ese “corredor” que estará abierto desde mediados del siglo XIII hasta mediados del siglo XIV se acercarán a Asia unos pocos aventureros, comerciantes y misioneros cuyos trabajos no tendrán continuidad al cerrarse de nuevo esta vía de acceso y quedar bloqueado el paso por un poderoso estado musulmán, el turco, pero cuyos relatos y descubrimientos servirán para hacer crecer el interés de los europeos en llegar a las tierras del extremo oriente.
Los viajes de Marco Polo 
Entre los viajeros que aprovecharon la apertura de caminos provocada por el imperio de los mongoles destaca la figura de Marco Polo, nacido en Venecia a mediados del siglo XIII, quien acompañado por su padre y su tío (quienes ya habían hecho años antes un viaje a China) emprendió un largo y peligroso viaje desde el extremo oriental del Mediterráneo hasta China, pasando por territorios como Persia (actual Irán) o la altísima meseta de Pamir. En China los Polo estuvieron al servicio del Khan y durante años recorrieron enormes distancias a las que hay que sumar su complejo viaje de vuelta. Marco Polo consiguió llegar a Venecia y años después se convirtió en prisionero de guerra. Durante su estancia en la cárcel dictaría sus recuerdos del viaje que se convertirían en un relato conocido como Libro de las maravillas del mundo, sin duda el libro de viajes más fascinante de la historia europea pues aporta los únicos datos fiables de la geografía del extremo oriente para los europeos durante más de doscientos años, con descripciones como las de los diferentes territorios chinos, el sudeste asiático, Japón... Si bien incluye en sus descripciones pasajes llenos de exageraciones e inexactitudes (aunque es un relato muy preciso comparado con otros viajes de la época llenos de fantasías), su libro servirá para difundir por toda Europa una visión de una Asia exótica y llena de riquezas (oro, plata, seda, perlas...) y maravillas, pues Marco Polo describirá la utilización del papel moneda o del carbón mineral por los chinos. Los nombres utilizados por Marco Polo, como Catay para referirse a China, o Cipango (TEXTO) para Japón, se convertirán en nombres míticos para la imaginación de los europeos y la codicia de comerciantes y mercaderes.
Estos relatos harán crecer en algunos navegantes, como Cristóbal Colón, su deseo de alcanzar de nuevo aquellas tierras, esta vez viajando hacia el oeste, donde se encontrará con el inesperado continente americano. No menos arriesgados serán los intentos portugueses de alcanzar el extremo oriente bordeando África.

Entre los viajeros que aprovecharon la apertura de caminos provocada por el imperio de los mongoles destaca la figura de Marco Polo, nacido en Venecia a mediados del siglo XIII, quien acompañado por su padre y su tío (quienes ya habían hecho años antes un viaje a China) emprendió un largo y peligroso viaje desde el extremo oriental del Mediterráneo hasta China, pasando por territorios como Persia (actual Irán) o la altísima meseta de Pamir. En China los Polo estuvieron al servicio del Khan y durante años recorrieron enormes distancias a las que hay que sumar su complejo viaje de vuelta. Marco Polo consiguió llegar a Venecia y años después se convirtió en prisionero de guerra. Durante su estancia en la cárcel dictaría sus recuerdos del viaje que se convertirían en un relato conocido como Libro de las maravillas del mundo, sin duda el libro de viajes más fascinante de la historia europea pues aporta los únicos datos fiables de la geografía del extremo oriente para los europeos durante más de doscientos años, con descripciones como las de los diferentes territorios chinos, el sudeste asiático, Japón... Si bien incluye en sus descripciones pasajes llenos de exageraciones e inexactitudes (aunque es un relato muy preciso comparado con otros viajes de la época llenos de fantasías), su libro servirá para difundir por toda Europa una visión de una Asia exótica y llena de riquezas (oro, plata, seda, perlas...) y maravillas, pues Marco Polo describirá la utilización del papel moneda o del carbón mineral por los chinos. Los nombres utilizados por Marco Polo, como Catay para referirse a China, o Cipango (TEXTO) para Japón, se convertirán en nombres míticos para la imaginación de los europeos y la codicia de comerciantes y mercaderes.
Estos relatos harán crecer en algunos navegantes, como Cristóbal Colón, su deseo de alcanzar de nuevo aquellas tierras, esta vez viajando hacia el oeste, donde se encontrará con el inesperado continente americano. No menos arriesgados serán los intentos portugueses de alcanzar el extremo oriente bordeando África.
No hay comentarios:
Publicar un comentario