la Plaza Mayor, la gran obra madrileña de la dinastía Habsburgo, que fue protagonista de nuestro Siglo de Oro en cuanto a centro de comercio y a lugar de reunión popular. En los primeros tiempos de los Austrias esta plaza era más pequeña, de fisonomía irregular, y además se llamaba diferente, plaza del Arrabal, precisamente por haber nacido en lo que antes fue uno de los arrabales de la Villa, es decir, en un barrio periférico.
A medida que la ciudad creció alrededor de este barrio, la plaza ganó en importancia y a finales del siglo XVI se decidió ampliarla y dotarla de una forma cuadrada, aunque no llegaría a terminarse hasta 1617. En la Plaza Mayor, que los domingos se llena de puestos dedicados principalmente a la numismática y la filatelia, encontramos varios elementos dignos de mención:
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La estatua ecuestre de Felipe III, monarca con quien se inauguró el plaza, que data de 1616; y el Arco de Cuchilleros, en el rincón suroeste, el más monumental de sus accesos, diseñado por el arquitecto Gómez de Mora. Se trata de una estatua ecuestre, de esas que abundan en Madrid, erigida en homenaje a un monarca que tuvo poco de jinete o de militar. Si por algo destaca el recuerdo de Felipe III es precisamente por ordenar la finalización de las obras de la Plaza Mayor. La estatua de Felipe III representa al monarca montando su caballo, con la cabeza descubierta y vistiendo media armadura, gola y peto decorado. De su cuello pende el collar de la Orden del Toisón de Oro y con su mano derecha sostiene la bengala de General. Con la mano izquierda sujeta las riendas del caballo, cuya pata delantera izquierda está levantada para dar sensación de movimiento
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